Fidel o Castro
Publié le 22/05/2020
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Los tangos de Carlos Gardel
Hasta donde recuerdo, mi vocación por la música sereveló en esos años por la
fascinación que me causaban los acordeoneros con sus canciones de caminantes.
Algunas las sabía de memoria, como las que cantaban a escondidas las mujeres de la
cocina porque miabuela las consideraba canciones de la guacherna.
Sin embargo, mi
urgencia de cantar para sentirme vivo me la infundieron los tangos de Carlos Gardel,
que contagiaron a medio mundo.
Me hacía vestircomo él, con sombrero de fieltro y
bufanda de seda, y no necesitaba demasiadas súplicas para que me soltara un tango a
todo pecho.
Hasta la mala mañana en que la tía Mama me despertó con la noticia
deque Gardel había muerto en el choque de dos aviones en Medellín.
Meses antes yo
había cantado « Cuesta abajo » en una velada de beneficencia.
Y canté con tanto
carácter que mi madre no se atrevió acontrariarme cuando le dije que quería aprender
el piano en vez del acordeón repudiado por la abuela.
Aquella misma noche me llevó con las señoritas Echeverri para que me enseñaran.
Mientras ellasconversaban yo miraba el piano desde el otro extremo de la sala con
una devoción de perro sin dueño, calculaba si mis piernas llegarían a los pedales, y
dudaba de que mi pulgar y mi meñique alcanzaran paralos intervalos desorbitados o
si sería capaz de descifrar los jeroglíficos del pentagrama.
Fue una visita de bellas
esperanzas durante dos horas.
Pero inútil, pues las maestras nos dijeron al finalque el
piano estaba fuera de servicio y no sabían hasta cuándo.
La idea quedó aplazada hasta
que regresara el afinador del año, pero no se volvió a hablar de ella hasta media vida
después, cuando lerecordé a mi madre en una charla casual el dolor que sentí por no
aprender el piano.
Ella suspiró : -Y lo peor – dijo – es que no estaba dañado.
Entonces supe que se había puesto de acuerdo con las maestras en el pretexto del
piano danado para evitarme la tortura que ella habia padecido durante cinco anos de
ejercicios bobalicones en el colegio de la Presentacion.
Gabriel Garcia Marquez, Vivir para contarla , 2002
De héroes y birrias
A menudo la gente me pregunta quiénes han sido los individuos más interesantes de
los cientos de personajes famosos que he entrevistado, y siempre contesto lo mismo:
salvo excepciones, los tipos anónimos son mucho más atractivos que los importantes.
Ahí, en la realidad de cada día, es donde surge la veracidad, la intensidad, el talento.
Incluso el heroísmo.
Es el caso de Manuel González, por ejemplo.
Manuel, que tiene hasta un nombre con
vocación de anonimato (es tan común que resulta difícilmente memorable), fue el.
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