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Eva Luna - antología.

Publié le 06/12/2021

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Eva Luna - antología.
Eva Luna es la biografía de una mujer, hija de la pobreza y el analfabetismo, que nos narra cómo vino al mundo y, tras la muerte de su madre, cómo inicia su periplo
rodeada de personajes, algunos excéntricos o que viven en la locura, pero todos ellos sobrados de gozo y vida. En el inicio del capítulo tres, Eva Luna nos describe el
absurdo accidente que provocó la muerte de su madre.

Fragmento de Eva Luna.
De Isabel Allende.
TRES.
Una noche de Navidad, cuando yo tenía unos seis años, mi madre se tragó un hueso de pollo. El Profesor, siempre ensimismado en la insaciable codicia de poseer
más conocimientos, no se daba tiempo para esa fiesta y ninguna otra, pero cada año los empleados de la casa celebraban la Nochebuena. En la cocina armaban un
Nacimiento con toscas figuras de arcilla, contaban villancicos y todos me hacían algún regalo. Con varios días de anticipación preparaban un guiso criollo que fue
inventado por los esclavos d...

« Eva Luna - antología. Eva Luna es la biografía de una mujer, hija de la pobreza y el analfabetismo, que nos narra cómo vino al mundo y, tras la muerte de su madre, cómo inicia su periplo rodeada de personajes, algunos excéntricos o que viven en la locura, pero todos ellos sobrados de gozo y vida.

En el inicio del capítulo tres, Eva Luna nos describe elabsurdo accidente que provocó la muerte de su madre. Fragmento de Eva Luna . De Isabel Allende. TRES. Una noche de Navidad, cuando yo tenía unos seis años, mi madre se tragó un hueso de pollo.

El Profesor, siempre ensimismado en la insaciable codicia de poseermás conocimientos, no se daba tiempo para esa fiesta y ninguna otra, pero cada año los empleados de la casa celebraban la Nochebuena.

En la cocina armaban unNacimiento con toscas figuras de arcilla, contaban villancicos y todos me hacían algún regalo.

Con varios días de anticipación preparaban un guiso criollo que fueinventado por los esclavos de antaño.

En la época de la Colonia las familias pudientes se reunían el 24 de diciembre alrededor de una gran mesa.

Las sobras delbanquete de los amos iban a las escudillas de los sirvientes, quienes picaban todo, lo envolvían con masa de maíz y hojas de plátano y lo hervían en grandes calderos,con tan delicioso resultado, que la receta perduró a través de los siglos y aún se repite todos los años, a pesar de que ya nadie dispone de los restos de la cena de losricos y hay que cocinar cada ingrediente por separado, en una faena agotadora.

En el último patio de la casa los empleados del Profesor Jones criaban gallinas, pavosy un cerdo, que durante todo el año engordaban para esa única ocasión de francachela y comilona.

Una semana antes comenzaban a meterle nueces y tragos de ronpor el gaznate a las aves y a obligar al cerdo a beber litros de leche con azúcar morena y especies, para que sus carnes estuvieran tiernas en el momento de cocinarse.Mientras las mujeres ahumaban las hojas y preparaban las ollas y los braseros, los hombres mataban a los animales en una orgía de sangre, plumas y chillidos delpuerco, hasta que todos quedaban borrachos de licor y muerte, hartos de probar trozos de carne, beber el caldo concentrado de todos esos manjares hervidos y cantarhasta desgañitarse alabanzas al Niño Jesús con ritmo festivo, mientras en otra ala de la mansión el Profesor vivía un día igual a los demás, sin darse ni cuenta queestábamos en Navidad.

El hueso fatídico pasó disimulado en la masa y mi madre no lo sintió hasta que se le clavó en la garganta.

Al cabo de unas horas empezó aescupir sangre y tres días más tarde se apagó sin aspavientos, tal como había vivido.

Yo estaba a su lado y no he olvidado ese momento, porque a partir de entonceshe tenido que afinar mucho la percepción para que ella no se me pierda entre las sombras inapelables donde van a parar los espíritus difusos. Para no asustarme, se murió sin miedo.

Tal vez la astilla de pollo le desgarró algo fundamental y se desangró por dentro, no lo sé.

Cuando comprendió que se le iba lavida, se encerró conmigo en nuestro cuarto del patio, para estar juntas hasta el final.

Lentamente, para no apresurar la muerte, se lavó con agua y jabón paradesprenderse del olor a almizcle que comenzaban a molestarla, peinó su larga trenza, se vistió con una enagua blanca que había cosido en las horas de la siesta y seacostó en el mismo jergón donde me concibió con un indio envenenado.

Aunque no entendí en ese momento el significado de aquella ceremonia, la observé con tantaatención, que aún recuerdo cada uno de sus gestos. —La muerte no existe, hija.

La gente sólo se muere cuando la olvidan –me explicó mi madre poco antes de partir–.

Si puedes recordarme, siempre estaré contigo. —Me acordaré de ti –le prometí. —Ahora, anda a llamar a tu Madrina. Fui a buscar a la cocinera, esa mulata grande que me ayudó a nacer y a su debido tiempo me llevó a la pila del bautismo. —Cuídeme a la muchachita, comadre.

A usted se la encargo –le pidió mi madre limpiándose discretamente el hilo de sangre que le corría por el mentón.

Luego metomó de la mano y con los ojos me fue diciendo cuánto me quería, hasta que la mirada se le tornó de niebla y la vida se le desprendió sin ruido.

Por unos instantespareció que algo translúcido flotaba en el aire inmóvil del cuarto, alumbrándolo con un resplandor azul y perfumándolo con un soplo de almizcle, pero en seguidatodo volvió a ser cotidiano, el aire sólo aire, la luz otra vez amarilla, el olor de nuevo simple olor de todos los días.

Tomé su cara entre mis manos y se la movíllamándola mamá, mamá, abismada de ese silencio nuevo que se había instalado entre las dos. Fuente: Allende, Isabel.

Eva Luna. México: Editorial Diana, 1988. Microsoft ® Encarta ® 2009. © 1993--2008 Microsoft Corporation.

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